La otra crisis sanitaria: la salud mental de los periodistas en la pandemia

Compartimos este articulo de Ernesto Cabral publicado en en: https://ijnet.org

“Los peores resultados sobre la salud mental de periodistas están en Perú”, explica el psicólogo Byron Bustamante. Él y su equipo estudiaron la salud emocional de hombres y mujeres de la prensa durante la pandemia en tres países. Bustamante sospechaba, sin embargo, que el caso peruano tenía a los reporteros más afectados.

La prensa en Perú enfrentaba una crisis tras otra. Por un lado, trabajaban en medio de una creciente violencia debido a la crisis política. Por el otro, el Perú registraba valores históricos de mortalidad por el COVID-19. Solo en este país, entre 2020 y 2021, un total de 161 periodistas fallecieron por la crisis sanitaria.

“No nos equivocamos: los datos de Perú son diferentes a los encontrados en Ecuador y Venezuela”, dice Bustamante, luego de publicar los resultados finales.

Esta tercera entrega sobre salud mental de los periodistas se centra en una crisis que afectó a todo el gremio: la pandemia del COVID-19. Dos periodistas peruanos cuentan su experiencia y cómo les impactó en sus emociones y tranquilidad.

Los retos de una crisis

Como todo fotógrafo de prensa, Renzo Salazar se había hecho amigo del chófer que lo trasladaba a las coberturas. Juntos habían ido al distrito de Chorrillos, donde la luna se vería especialmente bonita esa noche. Con la ayuda de Renzo, su colega tomó una foto al Cristo del Pacífico con su celular y la puso en su perfil de Whatsapp.

Al mes, sin embargo, su amigo falleció. Era mediados del año 2021.

“A veces me torturaba entrando a su perfil para ver esa foto tomada hace menos de un mes, […] me daba escalofríos. ¿Es real que había muerto? ¿En verdad estaba pasando? Este amigo hace un rato estaba acá”, recuerda Renzo.

El fotoperiodismo es, de por sí, una actividad de riesgo en el país. En los últimos años, se han reportado varias agresiones en contra de ellos. La pandemia los enfrentó, sin embargo, a algo para lo que muchos no estaban preparados.

El estudio de Bustamante revela una aparente paradoja. Por un lado, la mayoría de los periodistas encuestados se sentían aptos para realizar una cobertura de riesgo. Por el otro, alrededor del 80% reconocía no haber recibido capacitaciones sobre este tipo de coberturas, las características del COVID-19 o los protocolos de bioseguridad.

“Aprenden a la mala, pero no significa que aprendan bien”, dice Bustamante. No es que realmente estén capacitados para cuidar su salud mental en una cobertura de riesgo, explica el experto, sino que se despersonalizan para que no les afecte.

A la falta de capacitación se sumó que algunos medios no prestaban cámaras a sus fotoperiodistas. “A los colaboradores no nos correspondía equipos, beneficios ni nada”, agrega. Este no sería el único problema que afectó su salud mental en la pandemia.

El miedo al contagio

Desde el año 2017, la periodista Mayté Ciriaco no tenía vacaciones. “Nunca me dieron, nunca fue un ofrecimiento u opción”, dice. En el año 2020, la posibilidad de descansar era menor: la pandemia inició cuando trabajaba en un medio dedicado a la cobertura exclusiva de la salud. Su jornada laboral podía alcanzar las 12 horas.

A esto se sumó el cambio de locación de su centro de labores: de la oficina a su casa. En el año 2020 el Perú decretó cuarentena a nivel nacional.

“El impacto del COVID-19 fue muy fuerte porque rompió la pared que diferenciaba la casa del trabajo”, explica Lilian Kanashiro, quien lideró el estudio Worlds of Journalism en el Perú. Las salas de redacción son espacios para procesar verbalmente el estrés del trabajo. “Cuando desaparece, el espacio terapéutico se perdió», agrega.

Mayté siente que en su redacción virtual, así como ocurrió en muchas otras, al inicio no había espacio para hablar sobre cómo se sentían ante la cobertura de la crisis. “No había momentos de comunicación, para decirles ‘me siento mal’ (…) sentía que no era posible hablarlo», explica.

Su familia cumplió ese rol. A ellos les contaba sus miedos o dificultades en el trabajo. “Con ellos trataba de hacer catarsis, fueron mi roca”, señala.

Sin embargo, el hogar tenía una preocupación adicional para los periodistas: el miedo de contagiar a sus familias.

Mayté cumplió la cuarentena con sus padres y hermanos. Aun así, debía salir a centros de salud a reportear, hasta dos veces a la semana. Cuando estaba de regreso a su casa, avisaba a su familia para que dejaran sus cosas en el primer piso. Al llegar, se duchaba, lavaba su ropa y abría las ventanas. El primer piso era su espacio de cuarentena.

“Me daba mucho miedo contagiar a mis papás, ya son un poco mayores; a mi hermana que tiene asma; me causaba terror la posibilidad de contagiarlos», recuerda.

El estrés se expresaba en el cuerpo: dificultades para dormir, cansancio excesivo en el día, falta de apetito y constantes migrañas. Su productividad también disminuyó. “No podía unir ideas, me costaba mucho escribir una hoja”, dice Mayté, “y eso me generaba mucha más ansiedad, desesperación”.

Eventualmente, Mayté tuvo que tomar una decisión.

Los riesgos de la cobertura

Renzo pasó la cuarentena solo y en un espacio pequeño: una cama, un escritorio y un baño. Si cocinaba, lo hacía en el baño o en el techo. «Fue horrible», recuerda. A veces se escapaba para ver a sus padres desde la vereda, sin tocarlos. “Mi madre lloraba, era horrible verla y no poder saludarla, con temor de que tuviera el virus”, explica.

Los miedos no eran injustificados. En la pandemia, Renzo llevó adelante una cobertura inédita: un seguimiento fotográfico, de varios días, a los encargados de recoger los cuerpos de los fallecidos por COVID-19 y llevarlos al crematorio.

“Nos movíamos de casa en casa, donde había gente que falleció en su sillón, su cama o en el piso. Entrábamos y veíamos todo eso. Luego teníamos que comer, pero era una sensación rara… comer después de ver todo eso”, recuerda.

La exposición, además, lo hacía temer mucho más al contagio. Usaba doble mascarilla —una de tela y otra de plástico—, tres mamelucos, dos pares de guantes. “Llamaba de manera constante a la línea de ayuda pensando que tenía síntomas de COVID-19, como taquicardia, pero me decían que era ansiedad”, dice Renzo.

Necesitaba terapia psicológica, pero le fue imposible ir. “Me desahogaba solo porque la plata no alcanzaba”, explica. El riesgo asumido en la cobertura de la pandemia, según cuenta, no se reflejaba en el salario suyo y de sus compañeros.

“El dinero no lo es todo”, dice Renzo que le contestó uno de sus jefes cuando le pidió un aumento salarial.

Los resultados preliminares del estudio de Kanashiro revelan, además, que el COVID-19 afectó la situación laboral del 40% de los periodistas entrevistados. “O perdieron el empleo o les cambiaron las condiciones contractuales”, dice la experta.

Eventualmente, Renzo renunció y aprovechó una beca para estudiar en el extranjero. Aun así, quiere regresar al Perú a ejercer su pasión: el fotoperiodismo.

Los límites del periodismo

Cubrir la pandemia era agotador. Mayté entrevistaba a trabajadores de primera línea, a personas que tenían a sus familiares internados, a los deudos de los fallecidos. «Y tú no puedes hacer nada, eso sumaba a mi ansiedad», recuerda.

Uno de los riesgos que afronta el periodista es el trauma vicario: el desgaste de oír el dolor de otros. “No tengo que vivirlo para que me traume”, explica Bustamante, pero la exposición diaria “genera una vulnerabilidad”.

En la pandemia, sin embargo, los periodistas sí estaban expuestos a vivir lo mismo que sus entrevistados. El padrino de Mayté falleció y su tía estuvo en cuidados intensivos, y en ambos casos su familia buscaba apoyo en ella por su experiencia cubriendo estos temas. “Sentía la carga mucho más pesada, fue muy duro para mí”, explica.

Lo más difícil fue lidiar con los sentimientos de culpa.

“Fueron los momentos en que me quebré, lloraba en las madrugadas y sentía mucha rabia contra mí porque no podía terminar nada”, recuerda Mayté. “Sentía que era inútil, muy tonta, que no tenía la capacidad para hacerlo… en algún momento incluso me lo dijeron: que no servía para hacer periodismo”, agrega.

Fue en ese momento que, impulsada por su familia, decidió ir a un psicólogo. “Fue de gran ayuda”, dice Mayté. Durante 10  meses, la terapia la ayudó a soltar lo que llevaba dentro y a reorganizar sus prioridades.

Mayté dejó el medio en el que trabaja para priorizar su descanso y otros proyectos. Tiempo después, se sumó a otra sala de redacción.

“El principal aprendizaje es nunca hacer algo que me haga sentir así de desesperada”, explica. Ahora es mucho más firme en sus límites. “Es necesario reclamar por derechos laborales básicos, porque el periodismo ha romantizado que no los tenemos”, agrega. La terapia fue el punto de partida para ella misma darse cuenta de eso.


*Este reportaje es parte de un especial sobre la salud mental de los periodistas en Perú. La serie fue realizada con el apoyo del medio peruano La Encerrona y en el marco de la beca Rosalynn Carter para Periodismo en Salud Mental, de la Universidad de la Sabana de Colombia y el Carter Center de los Estados Unidos.

Imagen de Gabriella Clare Marino en Unsplash. 

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